En la Corona de Aragón las ordenes militares, no solo la orden Templaria sino también la del Hospital, Calatrava, San Jaime y San Jordi y el Santo Sepulcro, tuvieron una actuación decisiva en las fronteras de la conquista cristiana en los siglos XII y XIII. Constituyeron un conjunto de ejércitos en pie de guerra permanentemente, únicos por su solidaridad y cohesión, por su desinterés y por su “espíritu”. Sus múltiples posesiones les proporcionaron un notable capital para la guerra y la colonización de la frontera. Poseían organización, experiencia, habilidad y autonomía prácticamente total. Por encima de todo combinaban en una sola vocación los dos entusiasmos de esta época valerosa: el heroísmo del monasterio y el heroísmo de la guerra. La tierra de Aragón fue una de las preferidas por los Templarios ya que sus terrenos eran perfectos para que los ejércitos pudieran prepararse para futuras guerras con amplios terrenos para la práctica. 

Los Templarios brazos de hierro para los reyes de Aragón
Los caballeros del Temple lucharon valerosamente junto a los reyes de la corona de Aragón y hacia mediados del siglo XII ya estaban sólidamente establecidos en sus territorios. Desde esta época son numerosos los privilegios y donaciones de casi todos los reyes siendo la más importante la de Alfonso I, el Batallador, que les hizo herederos con los Hospitalarios y los caballeros del Santo Sepulcro de sus reinos de Aragón y Navarra, aunque, a su muerte, no fue aceptado el testamento. Ramón Berenguer IV les concedió diversos castillos, villas, rentas y exención de tributos y otros privilegios. Los caballeros Templarios sirvieron, también, a Alfonso II y Pedro II. Con este último comenzó su actuación en tierras valencianas, hacia 1210, prestando gran ayuda en la conquista de los castillos de Ademúz, Castielfabib y Sertella.

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